Tomemos como ejemplo a un bebé que se encuentra en su cuna durmiendo apaciblemente, de repente despierta y registra que tiene hambre. El bebé comienza a llorar pero en ese momento su madre se está bañando. La tensión producto del hambre se eleva y con ella, el nivel de llanto pero mamá sigue sin acudir. El bebé entonces desarrolla un mecanismo para soportar la tensión, imagina el pecho de la madre, imagina que este viene a alimentarle, imagina la leche entrando en su cuerpo y calmando el hambre, fantasea. Por primera vez en su vida, fantasea, y este es el precursor de la fantasía y la imaginación, no ha habido una sola innovación que no haya salido de la necesidad, de la frutración. Este es el enorme valor que la tolerancia a la frustración promueve.
Existen dos elementos que son un importante componente de la salud mental y que, en su conjunto determinan en enorme medida el tipo de interacciones que los adultos pueden tener consigo mismos y en la sociedad general: la tolerancia a la frustración y la capacidad de demora.
Es indispensable que apoyemos a los niños a desarrollar estos elementos, si se espera que logren tener un tipo de vida cercana a la felicidad. Que un individuo sea capaz de gestionarse cuando no obtiene lo que quiere o que logre espererar cuando lo que busca no se puede resolver inmediatamente, le permitirá desenvolverse con soltura en un mundo que es típicamente frustrador.
Melanie Klein, psicoanalista, alumna de Freud, hizo una muy amplia investigación y observaciones en niños, desde recién nacidos, llegando a conclusiones interesantes al respecto de la vida intrapsíquica de los menores.
Cuando permitimos que los niños se frustren, se vuelven creativos, buscan soluciones, implementan mecanismos. Cuando hacemos que los niños demoren la satisfacción de sus deseos, les permitimos establecer mecanismos internos para negociar, escuchar, y son los adultos que en el futuro lograrán negociar con sus clientes o parejas, que los podrán escuchar mejor y que pondrán la satisfacción de sus necesidades en armonía con las de los demás.
Diferenciemos frustración de trauma. No voy a complicar la vida de mis hijos innecesariamente, tampoco voy a tener una actitud agresiva, pero sí voy a promover que genere sus propias soluciones antes de yo proveérselas todas las veces, que externe sus puntos de vista ordenadamente esperando su turno para hablar, que no reciba todo lo que desea cuando lo solicita y que aprenda a esforzarse por las cosas. Le enseño que requiere aceptar la vida como es, adaptarse a ella y gestionar los cambios que desee, a diferencia de individuos que se quedan pasivamente esperando que el mundo, el entorno, les resuelva todas sus necesidades.
Si mi hijo(a) me pregunta algo, no tengo que tener todas las respuestas inmediatamente. Le puedo decir: mañana te digo. Si me pregunta algo, puedo decirle: ¿qué te imaginas?, ¿tu que harías para resolverlo? Es de suma importancia, igualmente, estimular a los niños a que hagan cosas por sus padres y sus hermanos, que aporten al sistema familiar, en su medida y capacidad pero que lo hagan.
Así estaremos formando adultos creativos, maduros, que saben escuchar y negociar, que toman una actitud proactiva para resolver sus necesidades y dejan de. estar esperando a que el mundo les resuelva sus necesidades.
Estas personas logran construir matrimonios duraderos y armónicos, avanzar en los trabajos, conseguir y mantener a sus clientes y por supuesto sonreír incluso cuando las cosas no van bien.
Podríamos decir que la verdadera madurez emocional es el resultado de estos dos enormes elementos y seguramente todos hemos tenido relaciones con inidividuos que no los desarrollaron adecuadamente, son caprichosos, berrinchudos, intransigentes y que sienten que se merecen todo.
En pocas palabras, el niño que logra desarrollar tolerancia a la frustración y capacidad de demora, es el adulto que se hará cargo de sí mismo responsable y proactivamente, adultos que son bien recibidos en todos lados.