martes, 16 de noviembre de 2021

Ciencia de la felicidad: ¿Importa todo lo que publicas? (primera parte)

El 5 de octubre de 2010, Kevin Systrom y Mike Krieger lanzaron Instagram. En veinticuatro horas contaban con veinticinco mil usuarios y hoy en día se suben a Instagram alrededor de mil fotografías por segundo. Instagram nos permite captar los momentos y compartirlos. 

Erika Boothpy de la Universidad de Cornnell, ha estudiado esta necesidad humana con detalle. "Desde que somos niños tenemos la necesidad de compartir lo que vivimos, podemos ver a los niños que llaman la atención de sus padres con insistencia justamente para esto: ¡mira mamá!". Nuestra necesidad de compartir no es aprendida, aparece desde el primer año de vida aproximadamente. 

Los experimentos de Erika han demostrado cosas interesantes, por ejemplo, compartir eventos y vivencias puede alterar nuestra percepción de ellos. 

En un estudio, se juntó a un grupo de personas para una cata de chocolates. Entraban de uno en uno a una sala donde había un colaborador de Erika. A un grupo se le daba el chocolate a probar y lo probaban ambos, en otro grupo, se les daba el chocolate pero mientras el sujeto lo probaba, el colaborador hacía otras actividades. En todos los casos, los participantes que comieron "acompañados" expresaron que el chocolate era mejor que los que lo hicieron "solos". 

En una segunda parte de este experimento, Erika replicó la dinámica pero ahora con un chocolate de muy mala calidad. Aquellos que lo comieron "acompañados" reportaron consistentemente que el chocolate sabía peor que aquellos que lo probaron "solos". Lo que Erika Boothpy concluyó es que las experiencias no necesariamente mejoran si las compartimos, solo se hacen más intensas... para bien o para mal.

En otro experimento, Erika le pidió a un grupo de personas que vieran un documental. Este era un documental ganador de las cinco estrellas del festival de Berlín, era un gran documental, sumamente emocional. Unos participantes entraron solos a la sala a verlo en tanto que otros lo hacían acompañados de una o dos personas más. Como ya se había visto, los que lo vieron acompañados hablaron de lo intensa que había sido la experiencia, en tanto que los que lo vieron solos hablaron mucho de la frustración que sintieron de no tener con quién compartirlo.  

Hasta aquí vamos viendo la necesidad inherente a las personas por compartir lo que viven. No obstante todos hemos estado en el concierto, en el museo, o en el lugar del paisaje, tratando de conectar con el momento, notando que muchos sacan los teléfonos y están pendientes de la pantalla no de lo que viven... ¿esto realmente nos hace felices?
 


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