El maltrato infantil se define como cualquier forma de abuso o desatención que afecte a un menor de 18 años, abarca todo tipo de maltrato físico o afectivo, abuso sexual, desatención, negligencia y explotación comercial o de otra índole que dañe o pueda dañar la salud, el desarrollo o la dignidad del menor o que pueda poner en peligro su supervivencia en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder.
La incidencia a nivel mundial es difícil de medir por las diferencias en las metodologías de definición y medición del maltrato infantil entre los países, no obstante podemos calcular que cada seis de cada diez menores de cinco años sufren regularmente castigos corporales o violencia psicológica perpetrados por sus progenitores o cuidadores, y que una de cada cinco mujeres y unos e cada siete hombres declaran haber sufrido abusos sexuales en la infancia.
El maltrato infantil tiene graves consecuencias físicas y psicológicas tanto a corto como a largo plazo, entre ellas lesiones (desde traumatismos hasta discapacidades graves), estrés postraumático, ansiedad, depresión e infecciones de transmisión sexual, trastornos ginecológicos o embarazos no deseados entre las niñas y adolescentes. El maltrato infantil puede mermar el rendimiento cognitivo y académico, y guarda estrecha relación con el abuso de alcohol, drogadicción, tabaquismo que a su vez ponen en riesgo la salud.
La violencia contra los niños también genera desigualdades en la educación. Los niños que han sufrido algún tipo de violencia tienen un 13% más de probabilídades de no acabar la escolaridad.
La violencia contra los niños también genera desigualdades en la educación. Los niños que han sufrido algún tipo de violencia tienen un 13% más de probabilidades de no acabar la escolaridad.
Más allá de sus consecuencias sanitarias, sociales y educativas, el maltrato infantil tiene efectos económicos, en particular los costos de hospitalización y de tratamiento psicológico, así como los de los servicios de protección de menores y de la atención de salud de larga duración.
Los padres y cuidadores de los menores deben estar pendientes si es que presentan factores de riesgo, como:
- dificultad para establecer un vínculo afectivo con el recién nacido;
- falta de cuidado hacia el niño;
- haber sufrido maltrato en la infancia;
- falta de conocimientos sobre desarrollo infantil o expectativas poco realistas;
- consumo nocivo de alcohol o drogas, incluso durante el embarazo;
- baja autoestima;
- dificultad para controlar los propios impulsos;
- trastornos psicológicos o neurológicos;
- participación en actividades delictivas;
- situaciones económicas precarias.
- aislamiento social o falta de una red de apoyo.
- falta de ayuda de la familia extensa para criar al niño.